Yo quería salir a la marcha contra las Farc porque estoy hasta aquí de la guerra, de la crueldad, de la ignominia.
Y quería estar en contra de un grupo que cambió sus momificados ideales de justicia social por el negocio del secuestro, por las bombas y los ataques contra la población civil, por la sevicia, por el dinero del narcotráfico, por el reclutamiento obligatorio, por la venganza y el odio. Y de paso quería, también, ir contra otros grupos y oportunistas de cuello blanco que han sacado partido de la devastación y del asesinato. Como las AUC y todos aquellos que se aliaron por el poder y la plata. Pero hoy era el día contra las Farc. Era bueno que les tocara.
Creí que en las cuatro calles de Londres donde nos dejaron marchar, apenas iríamos a estar presentes medio millar de colombianos. Porque la mayoría tienen trabajos en los que no se pueden hacer pausas o pedir permisos. Sin embargo, a una cuadra larga de la Plaza Trafalgar no cabía la gente. Fuimos varios miles.
Hubo qué salir a la hora precisa. No es como en Colombia donde la gente llega a estos actos una hora más tarde. A las 12:30 comenzó la marcha, con lentitud mientras las personas se iban acomodando. No había, sin embargo, más organización que el deseo de caminar, en silencio o gritando las consignas, para que este sector de la ciudad, sede de muchos eventos representativos, viera con curiosidad por lo menos una manifestación de colombianos que voceaban frases en español e inglés contra una guerrilla de la que desconocían hasta el nombre.
Pensé que toda la caminata era un acto de autoafirmación de los colombianos, el resultado de una decisión pública, general y abierta de gritar en las calles no más guerra, no más secuestro, no más derramamiento de sangre. No a las Farc. La absoluta mayoría de los colombianos que vivimos hoy no conocemos el país en paz.
La marcha estuvo marcada por el entusiasmo. Pero no era una fiesta. Lo que había era fortaleza.
Banderas, carteles, pancartas, hojas. Voces. Sobre todo voces. Al final, al frente de un hermoso edificio del gobierno, el minuto de silencio en recuerdo de las víctimas del secuestro, fue tremendo. El fervor se hizo duro, apretado.
Sin embargo, los más importantes periódicos de Londres desconocieron la marcha. Para elllos era más importante la historia de un ratón al que le dio gripa. Apenas la BBC, en su página web, colocó una historia de contexto y una foto a la que no se podía acceder. No es de extrañarse. Eso es lo que pesamos en Europa. Así de sencillo.
Los invito a leer y a ver sobre el tema en www.equinoXio.org
1 comentario:
Hay aspectos de nuestra realidad que no se perciben fácilmente y que, por lo mismo, nos sobrepasan y confunden. Marchar “contra alguien” tiene una connotación negativa que significa en el fondo “tomar partido por alguien”. En el caso Colombiano, la opinión pública dócil y sutilmente orientada ha escogido el camino de la guerra para parar la guerra. En el mejor de los casos podría llegarse, por esta vía, a la “Pax Romana”, dejando intacta la descomposición social y los abismos de desigualdad que sirven de caldo de cultivo a la confrontación. Soy partidario, en cambio, del Diálogo racional mas allá del cansancio y sin límites de tiempo, tal como lo concebía Platón y lo privilegiaba Aristóteles frente a la barbarie, a sabiendas de que demanda mayor inteligencia, menos fuerza, mas arte, mas poesía, mas humanidad y es además, de lejos, menos costoso. Un conocimiento profundo de las causas del conflicto es su punto de partida. Dejarse llevar por el odio lleva a reacciones negativas que a la postre atizan la guerra en lugar de extinguirla o en el mejor de los casos la deja tal como estaba, lo que es igual de grave por la frustración que conlleva. Prefiero el arte de la educación política, la dialéctica y la persuasión sobre cualquier imposición y sumisión por las armas provengan de donde provinieren. No es con marchas sino con educación.
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