viernes, 28 de septiembre de 2007

Un cuarto en Londres...¡qué reto!



Sobretodo para una pareja. Desde Internet la oferta de cuartos parece innumerable. Y lo es. Pero vaya encuéntrelos. Hay avisos por doquier, pero de venta y arrendamiento de casas, flats, studio flats (apartaestudios) y oficinas. De cuartos también, pero que estén en una zona que le sirva a uno, que sean accesibles –baratos- y decentes –en buen estado-, que NO los maneje un hindú (me perdonan el tono discriminatorio, pero su fama de desaseados y tumbadores no es gratuita, ahora lo sé de primera mano), que no pidan “referencias” y al menos DOS meses de depósito más UN mes de renta... ese es otro rollo.

Antes hay que decir que desechamos la buena idea de alquilar un apartamento o un flat, porque cuestan una fortuna al mes. Apartamentos a partir de 800 libras y flats desde 600, más servicios, impuestos, etc. Así que tocó un cuarto. En otras palabras, compartir un apartamento o una casa y “esperar” quedar en buena compañía.

Los avisos que aparecen en Internet tienen un problema: hay que pagar para tener respuesta, o si uno puede escribir, la gente se demora mucho en responder. Los demás avisos de los cuartos se publican en periódicos de compra-venta de bienes raíces, al final, y apenas unos cuantos; los que pueden pagar. También en periódicos especializados en avisos clasificados, que se consiguen como a 1.50. Y en vitrinas de charcuterías, restaurantes de jóvenes y en bares.

Y aquí empieza el asunto. Pues hay que ubicar en el mapa la dirección, a ver si queda cerca, si está dentro del área en la que uno se mueve, y luego llamar. Los teléfonos para estos casos casi siempre son celulares y están apagados. Entonces toca dejar un mensaje de voz y esperar a ver si responden. Y así. Clau conoció en la U a una pareja rumana que había visto más de 30, sin hallar nada decente. El que más les gustaba al final fue el primero que vieron, pero cuando llamaron ya estaba arrendado. Lo que sucede es que el cuarto que le gusta a uno vale mucho más de lo que puede pagar, o que se encuentra con cada horror...

Nosotros vimos uno, el primero, en Kingston, que resultó un fiasco. Por 120 semanales. Grandecito, es verdad, pero sucio, con los muebles acabados, el colchón y el tapete podrido. Después, otros que nos interesaron ya estaban ocupados. Hasta que nos dimos cuenta de que sobre la zona de Kingston había mucha demanda concentrada y nos fijamos en zonas cercanas, como Wimbledon. Estuvimos a punto de rentar uno por aquí cerca. Un buen sitio, sin que fuera nada del otro mundo. Pero la dueña se enojó porque nos demoramos para llamar y decidió no contestar el teléfono. Cuando alquilemos uno se lo mostraremos.

El resumen es que uno va y viene, hace citas con dificultad, trata de entender entre los acentos de cada región –del país y del mundo-, gasta en llamadas, espera, tiene qué decidir rápidamente si sí o no, y debe estar dispuesto al final a pagar por adelantado, claro, y a dejar un depósito que puede ir entre dos semanas y dos meses del valor del arriendo.

Mientras tanto, a pagar un hostal, como en nuestro caso. Pero no nos quejamos a pesar del estrés y de la ansiedad que lo va agarrando a uno en este proceso de acomodamiento. Ya nos lo habían advertido; es parte del juego.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Londres…¡qué revoltura de sensaciones!

Primero, el vuelo.
Salimos cumplidos en un enorme Boeing de American. Y tuvimos la fortuna de que nos acomodaran en clase ejecutiva. Asientos de cuero, amplios, con descansapies, pantalla individual para cine, música programable con audífonos Bose, comidas y licores disponibles todo el tiempo. Y cena a la carta. Yo pedí raviolis con queso en salsa de tomates, y Clau pidió cordero en su salsa. Obviamente, ensalada, frutas, postre, vino francés Pinot Noir y champaña. Eso fue lo delicioso.
















Lo maluco fue que a la llegada nos tocó hacer una fila de más de dos horas en inmigración, pues todos los que procedíamos de países tropicales debíamos hacernos, o haber traído, una radiografía de tórax, para control de la tuberculosis. Nosotros éramos los únicos latinos allí. Los demás eran de Malasia, Myanmar, Tailandia…

Menos mal que a la salida no nos esculcaron nada.

Segundo, las tales maletas.
Lo otro fue el encarte con cuatro maletas que pesaban cada una un poco más de 25 kilos y dos morrales. Menos mal que Norelia –amiga de la mamá de Clau- nos esperaba en el aeropuerto y nos acompañó hasta el hostal de la YMCA, donde estaremos hasta el lunes. Ella se encargó de una, Clau de otra y yo de las dos restantes. Esas maletas en el “underground” o tren subterráneo, con cambio de estación y todo, más escalas eléctricas y de las otras, fueron una pesadez. Todo por teníamos que ahorrarnos un taxi que nos hubiera cobrado más de 50 libras (multiplicar por $ 4.100 pesos).

Tercero, la ciudad.
Obvio, salimos cuanto antes a dar una vuelta, después de pagar 280 libras por 7 días, con desayuno y cena, un precio bien barato aquí, y de instalarnos en una habitación pequeña, con dos camas –que no se pueden unir-, un clóset, una mesa-escritorio y un lavamanos. Los baños –limpios, por fortuna- son compartidos entre todos los huéspedes del piso.






















La ciudad, claro, se había dejado ver desde el avión y desde el tren, a ratos. Muy plana, muy verde, muy ordenada en sus zonas residenciales circundantes. Sin barrios de invasión, quiero decir.


Con su arquitectura particular, sus calles demarcadas y limpias, llena de autos nuevos, la mayoría europeos, de colores oscuros, finos, bellos casi todos. Y la gente, claro! Ciudad llena de contrastes por sus gentes. Los de aquí y los de todas las partes del mundo. De todos los colores, estaturas, pintas e idiomas. Una especie de Babel civilizada, vigilada con cámaras discretas (pero avisadas) en todas partes, ordenada y fría a ratos –de unos 10 a 20 grados en el día- llena de fuerza, y enorme. Ciudad hermosa y agradable, que ofrece cuanto se quiera.

Cuarto, las sensaciones.
Bien diversas por cierto. Una especie de desconcierto lo invade a uno a ratos. Sobre todo, creo, por la indefinición en cuanto a lugar de residencia permanente y en cuanto a un posible trabajo. Pero entiendo que es muy rápido aún como para tenerlos resueltos. Así que ese sentimiento pasa con rapidez.

Aparece entonces el deseo de aprovecharla, de sacarle partido a lo que ofrece, de conocerla, recorrerla, caminarla, observarla, aprehenderla. Estamos alojados en el sector de Wimbledon, hermoso y cachezudo, caro, aunque no el más, y sabemos llegar con facilidad ya, en bus de dos pisos, al sector de Kingston, donde queda la universidad de Clau, que tiene unos edificios viejos pero bien mantenidos en el centro de Kingston, como decir allá en Envigado o Sabaneta, y un campus nuevo tremendo, en una zona super exclusiva, de casonas de esas que uno ve en las películas.


Precisamente en el centro de Kingston, que es menos costoso, estamos buscando el cuarto donde nos acomodaremos, aunque hay mucha demanda por estos días, pues todos los estudiantes de afuera quieren vivir cerca.

………

Datos curiosos:


- Una simple llamada por teléfono público, local o nacional, vale 40 peniques (pence), o centavos, que equivalen a 1.600 pesos. Pero uno puede conversar hasta 20 minutos a un teléfono fijo.


- Un viaje en bus urbano, de los rojos de dos pisos, vale en la zona 1 libra si paga con una tarjeta especial, que se recarga. Si se paga en efectivo, vale 2 libras.


- Si uno monta en bus más de tres veces al día, y gasta 3 libras, los viajes restantes ese mismo día no se cobran.


- Un café negro, un café con leche, un capuchino, un espresso, un te, valen lo mismo. Desde £1.29. Les ahorro el cálculo: 5.200 pesos.


- Un jugo en frasco, una gaseosa mediana, una botellita de agua, valen a partir de 60p.


- Un periódico vale de £0.40 a £1.50. Pero hay muchos gratuitos.