lunes, 25 de febrero de 2008

Nina entra sin tocar




Entra de repente por la emisora de jazz que escucho
- http://www.the-jazz.co.uk/Default.asp - y me rompe la concentración en un texto que escribo sobre un poeta desconocido entre nosotros pero enorme en Gran Bretaña, Sean O´Brian.
Llega y se me clava en el centro del pecho, como una flecha de acero frío capaz de hacerme hervir por dentro, de rendirme a su voz, a su imagen, esa que conservo desde hace años cuando la vi en una foto sentada al piano, tocando y cantando. Desde esa vez la pienso interpretendo alguna de sus hermosas canciones, como un blues que llevo pegado del alma, "A Little Sugar in my Bowl", o como su versión sobrecogedora de la clásica francesa "Ne me quite pas".

Nina Simone ejerce poderes innombrables sobre mi estado de ánimo. No me lo desbarata. No. Me lo consolida a través de una especie de pasadizo por un estado de alerta general que me pone sensible, casi indefenso, propicio al éxtasis.
Nina Simone -y repito su nombre para que no se confunda con Mercedes Simone la argentina intérprete de tangos ni con Simone, la cantante brasileña- murió en abril del 2003 pero nos dejó una herencia fuera de lo común: canciones en blues, jazz, gospel y soul, de una calidad excepcional y de una fuerza sin medida. No en vano tocaba el piano desde los 4 años, estudió piano clásico y era doctora en artes y humanidades de una universidad norteamericana.

Los dejo con Nina, la intérprete del piano, la cantante, la arreglista, la compositora. La que se me mete adentro cada vez que la escucho por algún lado, sin pedir permiso. Porque me tiene.

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