sábado, 29 de diciembre de 2007

De la paz al Boxing Day

¡Todo el centro de Londres desierto! Nos lo habían advertido. El 24 no hay nada en la calle. Todo el mundo se va a sus casas. Y los que se quedan en bares, pubs y restaurantes desaparecen a media noche.

Por eso cuando salimos de la Abadía de Westminster nos encontramos en ese hermoso paisaje urbano desolado. Los ingleses se encierran, entre los amigos o familiares se toman un copa y comen dulces, y a la cama. Los regalos de los niños se entregan al otro día en la mañana y los adultos se intercambian obsequios a la hora del almuerzo, del gran pavo tradicional que se ha dejado en el horno una hora por cada libra de peso, adobado antes por supuesto y bañado en diversas salsas cada cierto tiempo. La fiesta de la navidad para ellos es el 25. Ese día la ciudad está casi quieta, silenciosa. Nadie en la calle. No hay transporte público.

El 26 es el día del descanso, del desenguayabe, para muchos. Pero sobre todo es el Boxing Day, el día en que todos los almacenes del país venden a mitad de precio aquello de la temporada de invierno, y de otras atrás, que se ha quedado represado. La procesión es interminable. La ciudad se ve llena de nuevo. Repleta.


Hay gente que madruga desde las cuatro de la mañana a hacer fila delante de los almacenes donde quiere encontrar el artículo de su sueño. Y a la procesión de los ingleses se suma la algarabía de los miles de extranjeros que buscan igualmente una oportunidad en un comercio atiborrado de opciones pero que en general es caro. Bien caro.

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