martes, 18 de marzo de 2008

Londres, seis meses!

¡Seis meses en Londres! Qué tiempo tan elástico. A veces se siente largo por lo denso, por lo intenso, por lo diverso. Nunca por aburrido. Y con frecuencia se vive despacio, minuto a minuto, en el afán de no dejar escapar sensaciones ni permitir que se duerman los sentidos.


Esta ha sido una experiencia fuera de lo calculado. En casi todo. Quiero decir que la vida cambia en 180 grados. El paisaje urbano es una especie de imán que absorbe. La calle es cada vez una oportunidad para aprehender lo cotidiano, para certificar lo sabido, para comparar, para establecer diferencias. Lo cultural -tan gaseoso- entra por la calle. Y de igual manera se transforman el paisaje interior, la mirada, las sensaciones que se apretujan.


La vida íntima, detrás de las puertas de la casa, es semejante pero diversa. Las rutinas tienden a ser iguales, aunque a veces se rompen las costumbres y se repiensa lo propio. El desayuno, por ejemplo, existe en todas partes pero sus ingredientes y sus momentos y la manera de disfrutarlo o no es ya un mar de opciones. El aseo es una paradoja en la que todos parecemos tener la razón. El uso del teléfono es una compulsión, y la vida a través de los recursos de internet es otro universo.


Londres se siente -ella- como una especie de ciudad centro del mundo, ombligo, equidistante de todas las geografías. Esa es una de sus fortalezas. Además, es una urbe organizada, seria y en algunas cosas divertida, con una capacidad de oferta cultural que sobrepasa todo cálculo, pero donde todo está atravesado por el dinero. Londres tiene una personalidad que viene de su historia, de sus gentes, de sus calles, de sus placeres y de sus crímenes, así nos guste o no. Y hay que asumirla como tal, porque si no termina uno como todos aquellos que vienen aquí a tratar de reconstruir inútilmente su vida y sus costumbres de origen. Los guetos son pobres y limitados por eso. Porque cierran todas sus puertas. Y los ojos y los oídos y los dedos y las narices y las lenguas.


Un serio problema de las comunidades latinas aquí, incluida la colombiana, es que sus hijos llegan a la adolescencia y no han sabido adaptarse, no se interrelacionan con otras culturas, no comparten, no se abren al mundo. Aprenden bien el inglés en los colegios, pero hasta ahí. No se untan del resto. Tratan de vivir el gueto, de mantenerse en contra corriente en otro país, en otro tiempo, en otra ciudad. Y vienen los problemas.


Londres es una experiencia fuerte. Que estremece si uno se deja. Que cambia si uno ventila el cerebro. Que abre horizontes si uno deja de pensar que lo propio es lo mejor o lo único que vale la pena.


Londres es primavera ahora. Tímida pero llega. Y cada estación es hermosa y trae sus recompensas.


Qué tiempos ricos estos en Londres, qué días tan rápidos y saturados de emoción, pues en cada caminada se descubre algo, se mira distinto una calle, se revela una nación.

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