domingo, 23 de marzo de 2008

Satie me llama



No saben lo que me corre por la espalda, como una especie de sobrecogimiento ahora que suena Satie (1866-1926).

Recuerdo a una Bogotá fría, lluviosa, que apenas me atrevía a mirar por la ventana del apartamento que daba a las Torres del Parque. Yo escuchaba a Satie a veces, pero no era capaz de mantener su música por mucho rato porque me iba dando tristeza.

Sin embargo, hoy cuando lo escucho aquí en Londres esta tarde de domingo, me llena de una sensación melancólica pero dulce. Me enternece. Me pone a volar.

El piano de Erik Satie va despacio, de un modo minimalista al máximo se diría hoy, llevado por una melodía que se toma sus tiempos, despaciosa y tenue, que se cuela por el cuerpo y penetra la piel con delicadeza.

Satie tiene contradictores. Quienes dicen que su música no es música, que no responde a las exigencias de la tradición clásica, que es monotemático y simplista. Pero no hagan caso de esos expertos. Escúchenlo y verán. Y sentirán que el piano suena en sus estómagos.

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