martes, 23 de septiembre de 2008

Migue, el irremplazable


                                                     Para Alicia y Catalina

Con Miguel compartí mucha vida. Fue profesor mío en la facultad de filosofía y letras de la UPB, en Medellín. Hace muchos años, obvio. Después estuvimos juntos en El Colombiano, en dos tareas diferentes. Yo era el redactor cultural y él era el coordinador del suplemento dominical, hoy Generación, por encargo de Juan Zuleta Ferrer.
Después fue profesor en Eafit. Dos veces. Porque lo echaron después de una huelga de profesores contra medidas dictatoriales de un rector que pensaba más en la represión que en la academia. Lo tuvieron qué reintegrar -como a muchos otros- y poco tiempo después lo volvieron a despedir, como a los demás. El señor Sanín se saldría una vez más con la suya.
Trabajó como director de Extensión Cultural del Departamento de Antioquia. Su más clara y consistente tarea fue darle nueva vida a la Colección de Autores Antioqueños, de la que logró imprimir alrededor de 100 títulos, muchos de ellos dedicados al rescate de valores embolatados y perdidos en archivos y olvidos.
Después llegó a la Biblioteca Piloto, donde fue el fundador y motor y entusiasta de la Sala Antioquia, espacio dedicado a la cultura regional en todas sus vertientes y convertido en invaluable material para lectores e investigadores. En la BPP llegó a ser el subdirector y mano derecha de Gloria Inés Palomino, directora desde los 80.
Pero Miguel ante todo fue un buscador afanoso y persistente de los valores de su entorno, un amante, investigador y difusor de las literaturas y de las demás artes, todo ello centrado primordialmente en Antioquia. Porque ese era su mundo, su foco, su pasión. Y esa especialización le dio profundidad y detalle a su conocimiento.
Escribió muchos artículos en periódicos y revistas. Recogerlos en uno o varios tomos será un reto de La Piloto, supongo. Miguel era un escritor serio, detallista, documentado, de esos que ponen su nervio y estilo al servicio de sus ideales. No le importaban los reconocimientos sino el acercamiento de los públicos a sus raíces, a sus ancestros, a los valores que forman y definen la identidad regional.
Pero no se quedaba ahí Miguel. Era el mejor anfitrión, el más atento orientador, el más galante a la manera antigua, si se quiere. Por eso todo el mundo quedaba encantado con Migue -como le decíamos muchos y muchas-.  Ya lo expresó mejor Pascual Gaviria en su columna de El Colombiano: descuidó quizás sus propios intereses como investigador y escritor sobre la cultura, en favor de los intereses y necesidades de los demás.
Pero ni aún así me acerco con justicia y precisión a Miguel. Porque tuve la suerte enorme de ser uno de sus amigos cercanos, desde la universidad y por siempre. Y ese fue un privilegio. De los mejores que me ha brindado la vida. En serio. Lo digo con sinceridad. Y aunque yo viviera en Bogotá por años y él en Medellín, al lado de su Alicia y su Catalina.
Miguel Escobar Calle murió el 13 de septiembre en la noche, en la clínica León XIII de Medellín, después de un coma por una embolia cerebral que lo mantuvo inconciente desde el 2 de ese mes. No me sorprende que Migue se haya ido en silencio, en ejercicio de su permanente bajo perfil. Y de alguna manera me consuela que no haya sufrido los rigores y dolores y depresiones de una enfermedad larga.
Miguel se fue antes de tiempo -si se puede decir así-, antes de lo justo -si se puede decir así. Y todos los que fuimos sus amigos del alma hemos quedado a la deriva, adoloridos, suspendidos, aletargados, atentos a sus rastros: los múltiples aportes que ha dejado y los recuerdos de su enorme calor y queridura.
Nadie nos remplazará a Migue.
  

Notícula - Adios a las tareas


Un debate que lleva varios años en Gran Bretaña, y dentro del cual las instituciones educativas van tomando posición, empieza a materializarse: Varios colegios prestigiosos han acabado con las pesadas tareas en casa en vista de que deprimen a los estudiantes y generan efectos perjudiciales.
Una de tales instituciones, el Tiffin Kingston-upon-Thames, ha decidido que sus estudiantes se dediquen en casa a ver televisión educativa, a hacer deportes, escuchar música o a alguna otra actividad extra curricular, para lo cual los orienta y motiva.
Gary James, vicerrector, dijo que "las tareas se acabaron". Teníamos jóvenes que debían dedicar entre tres o cuatro horas diarias al trabajo escolar en casa, en perjuicio de los deportes, las prácticas musicales o el simple hecho de pasarla bien. Las cosas no están bien cuando un joven debe privarse de ver un documental de temas ambientales en la televisión por estar ocupado en una tarea escolar. No volveremos a poner tareas".
  

jueves, 18 de septiembre de 2008

Londres...un año ya

Londres, a un año, es la misma y otra. No le pongo misterios. Lo que pasa es que la ciudad, la experiencia cotidiana en ella, es semejante en muchas cosas a la de los primeros días, hace un año ya, y en otras resulta hoy completamente distinta.

El deslumbramiento de las semanas iniciales era tremendo. Y permanente. Cada edificio, cada calle, cada parque resultaban una revelación, en la medida en que la ciudad es diferente, enorme, vieja y bien tenida, ordenada y hermosa.

El ansia y la necesidad de conocer, de ver, de retener los detalles, y de orientarse, hacían intensos esos días. Salir era una excursión hacia lo desconocido. Queríamos viajar solo en bus para sentarnos en la primera fila del segundo piso y tener al frente ese mapa inacabable de avenidas curvas, de casas a la vez semejantes e individualizadas, de construcciones antiguas y majestuosas, de calles bien señalizadas, de tráfico con el mínimo caos posible, comparado con el de nosotros.

La ciudad desde los buses

Tomábamos muchas fotos desde los buses, pues entre otras esa altura permite mirar la ciudad desde otro ángulo, casi con otra óptica. Tanto es así que cuando uno camina por calles ya transitadas, a veces no las reconoce. Todo parece diferente.

Fuimos conociendo y familiarizándonos con la ciudad desde las ventanillas de los buses. Aunque el centro, el gran centro, lo que aquí llaman “la city”, lo fuimos enfrentando a pie. Así toca. Para registrar todo despacio, para permitir el asombro y el placer de mirar con detenimiento, con emoción.

Pero el deslumbramiento fue pasando. Como todo. Cambió con lentitud hacia la mirada crítica, hacia la comparación. “Aquí, esto; allá, aquello”. Somos bien distintos a los británicos pero la vida aquí le ayuda a uno a entender por qué somos así, por qué pertenecemos a la llamada cultura Occidental, pues no es un asunto de mera geografía. Y claro, también le deja en claro en cuántas cosas nos diferenciamos.

La etapa de la balanza

Así que llegó meses después la etapa de la balanza. En la que perdemos constantemente, desde el punto de vista de la organización social, de la presencia del Estado, de la educación y la cultura. Y otras cosas en las que no me voy a detener ahora.

Y la da a uno envidia y desazón. Porque en medio de semejante despelote en el que anda nuestro país –aunque aquí también haya crisis y muy severas- no parece haber una salida relativamente seria, consistente y rápida. Me refiero a que en una nación en guerra, donde las prioridades del gobierno se concentran ahí, la consolidación de la economía, la educación, la salud, la investigación, la vivienda, la cultura, en fin, todo aquello que define la vida individual y social, las soluciones vienen a paso de tortuga mientras la corrupción y el afán desmedido por el poder pescan en río revuelto.

Por fortuna, fuimos entendiendo que había que sacarle provecho a la estadía en esta ciudad. Conocerla mejor, recorrerla, visitar sus lugares representativos. Y por supuesto, ir a los eventos públicos gratuitos –aunque aquí la mayoría de cosas son pagando-, tomarse una cerveza en algunos de los cientos de pubs, conocer sus mercados, recorrer los almacenes “ícono”, comparar los barrios elegantes con los medios y los populares, caminar, preguntar, tomar café en tantos sitios agradables y comprar a veces papas fritas en McDonalds.

De Morden a Stockwell

Ya no sentimos temor ni nos da susto perdernos, porque todavía sucede. Esta ciudad no parece acabarse. Al principio, los primeros cinco meses, vivimos hacia el sur-occidente, a dos horas del centro. Hoy nos parece una barbaridad. Pero el afán de conseguir un cuarto relativamente cerca de la Universidad de Kingston y además acomodado a nuestro presupuesto, mas el desconocimiento de la ciudad entonces, nos “obligó” a quedarnos en Morden.

Después nos fuimos para Wandsworth, un sitio intermedio, a una hora del centro, de barrios hermosos de comienzos del siglo XX. Pero allí la convivencia fue difícil al final de los tres meses que alcanzamos a estar porque casi todos los inquilinos sentían ser los únicos en la casa. Los demás no existíamos.

Y hace tres meses largos estamos en Stockwell, al lado de Brixton, una zona movida, mezclada racialmente, con mala fama en ciertos sectores por asuntos de drogas, pero que nos ha parecido bien, sin riesgos de ninguna clase, y a escasa media hora del centro. Peggy y su marido Sean nos han hecho sentir bien y sus gatos ya se acostumbraron a nuestra presencia. Es más, los que son más caseros –pues la mayoría permanecen en el patio- nos buscan para que los consintamos.

Turismo endiablado

Londres es una ciudad de un turismo endiablado para nosotros. Siempre, haga sol, llueva o truene –y aquí truena muy poco, la verdad- hay gentes de todo el mundo en las calles del centro, las más turísticas pues son las más relacionadas con la historia, con las artes, con el comercio y con los hoteles y restaurantes. Dicen que se hablan aquí alrededor de 200 idiomas. ¡Qué tal!

Da gusto ver que todo el mundo se toma fotos, que todos llevan cámaras digitales a la vista, portátiles en maletines marcados, joyas y relojes finos, y nadie se preocupa. No existe esa clase de ladrones. Da gusto ver (jajajaja) que todo el mundo se despista igual que nosotros antes, que consultan sus mapas, que preguntan en el inglés que pueden. Da gusto ver las caras diversas, las vestimentas, las actitudes, pero también el respeto de unos por los otros.

Un año que se ha ido rápido, a toda, y que nos ha deparado muchos momentos ricos y hasta hartos a veces, de los que con seguridad hablaremos algún día cercano.